Crema de Lavanda y Manzanilla

Preparar mis propios productos de cuidado personal siempre me ha parecido una forma de conectar con algo más auténtico. No solo sé exactamente lo que aplico sobre mi piel, sino que disfruto el proceso casi como una terapia: derretir, mezclar, oler… cada paso tiene algo de ritual. La crema de lavanda y manzanilla es uno de esos pequeños tesoros que nacieron por casualidad, una noche en la que buscaba una crema calmante antes de dormir y terminé creando una de mis fórmulas favoritas.

Su textura es suave, su aroma es delicado y envolvente, y lo más importante: deja la piel profundamente nutrida sin sensación grasosa. Desde que la uso, he notado cómo mis manos y codos, que solían estar secos en invierno, permanecen hidratados durante todo el día. Además, se ha convertido en mi compañera de noches tranquilas: el simple gesto de aplicarla se siente como un descanso anticipado.

Por qué te encantará esta receta

Calma y relaja la piel (y la mente): la lavanda es conocida por sus propiedades relajantes y su capacidad para aliviar el estrés. Combinada con la manzanilla, crea una sinergia perfecta que suaviza la piel y reduce la irritación.

Hidratación profunda sin químicos: la manteca de karité y el aceite de coco aportan una nutrición intensa y duradera, ideales para pieles resecas o sensibles.

Aroma terapéutico y natural: nada de fragancias artificiales; este aroma floral y herbáceo es 100% natural, y tiene el poder de cambiar el ambiente de tu noche.

Sencilla y personalizable: puedes adaptarla a tu gusto añadiendo más o menos aceites esenciales, o incluso enriquecerla con un poco de cera de abejas si prefieres una textura más firme.

Recuerdo que la primera vez que la compartí con una amiga, me llamó dos días después solo para decirme: “No sé si me hidrata más la piel o me relaja el alma”. Y tenía razón. Es una crema que no solo cuida, también transmite paz.

Ingredientes

2 cucharadas de manteca de karité

1 cucharada de aceite de coco

1 cucharadita de aceite de almendras dulces

1 cucharadita de infusión concentrada de manzanilla

5 gotas de aceite esencial de lavanda

Tip personal: si tienes la piel muy seca, puedes añadir una cucharadita extra de aceite de almendras. Le da un toque más sedoso y facilita la aplicación.

Otra recomendación: prepara la infusión de manzanilla bien concentrada, dejando reposar las flores al menos 15 minutos en agua caliente antes de filtrarlas. Cuanto más intensa sea, más propiedades calmantes aportará a la crema.

Paso a paso

  1. Derrite los ingredientes base: coloca la manteca de karité y el aceite de coco en un recipiente de vidrio o acero inoxidable y fúndelos a baño maría. Este proceso es suave y conserva las propiedades de los ingredientes. Me gusta hacerlo lentamente, removiendo con una cucharita de madera mientras el aroma empieza a llenar la cocina.
  2. Incorpora la manzanilla y el aceite de almendras: una vez líquidos, retira del fuego y añade la infusión concentrada de manzanilla y el aceite de almendras dulces. Mezcla con cuidado hasta que la textura se vuelva homogénea. Este es el momento en que la mezcla adquiere ese color dorado cálido y una fragancia ligera.
  3. Añade el aceite esencial de lavanda: espera unos minutos a que la mezcla pierda un poco de calor antes de añadir la lavanda. Si la agregas cuando todavía está muy caliente, se evaporarán sus aceites aromáticos. Me gusta cerrar los ojos mientras lo mezclo y respirar profundamente; el olor me recuerda a los campos de lavanda del sur de Francia, donde pasé unas vacaciones inolvidables.
  4. Enfría y guarda: vierte la preparación en un frasco de vidrio limpio. Puedes reutilizar un frasco pequeño de mermelada o una crema terminada. Déjala reposar a temperatura ambiente hasta que solidifique, lo cual suele tardar unas 3 a 4 horas. Si tienes prisa, puedes colocarla unos minutos en el refrigerador.

Consejos para un mejor resultado

Guarda la crema lejos del sol o de fuentes de calor para conservar su textura.

Si el clima es muy caluroso, mantenla en el refrigerador: así tendrá un efecto refrescante al aplicarla.

Puedes sustituir el aceite de almendras por aceite de jojoba o de pepita de uva si prefieres un acabado más seco.

Si te gustan las texturas más aireadas, bate la mezcla con una batidora de mano cuando empiece a solidificar: obtendrás una crema tipo mousse, ligera y muy agradable al tacto.

Cómo usarla y disfrutarla

Aplica una pequeña cantidad sobre la piel limpia, preferiblemente por la noche. Masajea con movimientos circulares hasta que se absorba por completo. Yo suelo aplicarla en las manos, el cuello y los hombros justo antes de acostarme: es mi momento favorito del día, ese pequeño ritual que me ayuda a desconectar y preparar el cuerpo para descansar.

Esta crema también funciona de maravilla después de la ducha, cuando la piel aún está ligeramente húmeda. Deja una sensación de suavidad inmediata, sin dejar residuos grasos. En pocos días notarás la diferencia: la piel se siente más elástica, más viva, más cuidada.

Conservación y duración

Al no contener conservantes, lo ideal es preparar pequeñas cantidades que puedas usar en dos o tres semanas. Si la mantienes en un lugar fresco y seco, puede durar hasta un mes sin problema. Si notas cambios en el olor o la textura, simplemente prepara una nueva tanda. Es tan fácil y rápido que se convierte casi en una rutina de bienestar.

Desde que la descubrí, esta crema se ha vuelto mi aliada en noches de insomnio o días de estrés. A veces no la aplico solo por su efecto sobre la piel, sino por el bienestar que me aporta el ritual en sí: abrir el frasco, respirar profundo y sentir que, por unos minutos, el mundo se detiene.

Y si alguna vez buscas un regalo hecho a mano, natural y con cariño, esta crema es una elección perfecta. Porque más que un cosmético, es un pequeño acto de cuidado personal que transmite calma y belleza natural.

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